En uno de mis viajes por Japón ví algo que me llamo la atención. En un parque cercano al castillo de Osaka un anciano paseaba junto a su perro, uno de esos de raza diminuta. De repente el animal se para y hace como que se dispone a cagar. El anciano se da cuenta y raudo echa mano de un periódico que llevaba bajo el brazo. Le da tiempo para agarrar un par o tres de hojas y extenderlas con sumo cuidado pero con precisión, en el suelo, justo bajo el trasero del animal. En ese instante el perro suelta todo lo que lleva dentro. La mierda, de un color marrón claro y más bien blanda, cae en medio del papel como uno de esos helados que se enrollan mecánicamente. "¡Qué maravilla, qué destreza tiene ese hombre!" me digo, pasmado.
Una vez el perrito ha finalizado con la tarea de evacuar se pone a escarbar el suelo frenéticamente -a los perros después de cagar siempre les da por hacer eso-, pero el viejo anticipándose a su mascota, en un plis plas envuelve los excrementos en las hojas de periódico dándole forma de paquete y lo deposita en el interior de un contenedor cercano especial para estos menesteres.
Yo continuo ahí, de pie, con la misma cara de pasmarote de antes.
Esta misma representación la volví a ver días más tarde en el parque de Ueno, en Tokyo. Era tarde y ya se había puesto el sol. En un rincón poco frecuentado, apartado de un grupo de jóvenes que estaban sentados bajo un imponente árbol de cerezo en flor, una mujer empujaba un carrito de niños. Pero en lugar de niños llevaba dos perritos. Los dos eran idénticos. Marrón oscuro y con enormes ojos saltones. Chihuahuas tal vez. Iban vestidos igual, con un conjunto de punto color fucsia. Qué me vino a la cabeza, dejémoslo estar...
La señora se para en un lugar donde crece el cesped y suelta a los perritos. Uno de ellos echa a correr. La señora, detrás. Le da alcance, y como adivinando lo que va a suceder, saca del bolso un envoltorio de papel, las famosas hojas de periódico y venga, la rutina que ya conocemos. "¡Fantástico!", exclamo en silencio.
De vuelta a Barcelona me doy de bruces con nuestras costumbres habituales. La gente con perro es poco considerada con el prójimo. No parece importales si a sus mascotas les da por manchar de mierda las aceras, el portal de las casas o los parques (en los que a menudo hay niños jugando en el suelo). Soy de la opinión que no basta con recoger los excrementos con la ayuda de una bolsa de plástico o unos papeles y luego lanzarlos en el primer contenedor que vemos.
El método japonés es una buena solución.
Hasta puede ser divertido: Salgo de casa -imaginemos con mi perro (no tengo, pero da lo mismo) y bajo el brazo un ejemplar de "El Mundo" o aún peor; la gazeta "Intereconomía. Puesto que esto es todo imaginario, no es un perrito lo que llevo atado a la correa sino un magnífico pastor alemán. Al cabo de poco, en una esquina, el animal se pone a husmear algo con gran interés. Tira a un lado, echa para atrás. Se para en el lugar idóneo y hace como que... ¡Zas! en ese preciso instante, yo, que no le he quitado ojo y conozco muy bien cada uno de sus gestos, despliego raudo el periódico. Precisamente por la página 18, donde aparece ese artículo de opinión de aquel periodista que tanto inquina nos tiene a los catalanes (es un ejemplo, podría tratarse de cualquier otra cosa), y con un par de movimientos certeros, ¡plas!, situo la página con el artículo (y la foto del periodista), justo bajo en culo de mi querido perro, y segundos antes en que caiga un enorme y espeso cagarro, ¡Paf!. Pasmado me quedo. A hecho diana en la foto del periodista.
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