martes, 7 de octubre de 2008

El color de Cape Town




Y por una vez, no hablamos de personas. Sino de casas. El barrio Malayo, conocido como Bo-Kaap, es un lugar extraordinario. Pasearse por sus empinadas calles adoquinadas nos acerca a un mundo muy singular y que por desgracia corre el riesgo de desaparecer pronto. Niños corretean y juegan de manera despreocupada en medio de la calle. Si pasa un coche lo más probable es que se trate de un vecino. Y aqui todo el mundo se conoce y lo más importante; se respetan. Los chavales no corren peligro. En una esquina se alza una hermosa antigua mezquita. Recientemente ha sido completamente restaurada y ahora luce espléndida, con la fachada pintada de color verde-pastel y marfíl. Me gusta acercarme a Bo-Kaap los viernes en la mañana, temprano. A esa hora el barrio es un hervidero de gente. Los lugares de culto se llenan de fieles, mayormente son los varones los que cumplen con el ritual. Adultos y jóvenes se saludan y antes de entrar en el templo, dejan el calzado junto a la puerta. Las mujeres se apresuran al mercado de abastos o al colmado de la esquina, donde comprar lo necesario para preparar la comida para toda la familia. Han sido muchas las veces que me he acercado hasta los puestos de flores que muchas de estas familias regentan en los aledaños de la estación central de ferrocarriles. Ahí uno fácilmente se distrae y compra bonitos ramos de strelitzias, proteas, fynboos, - todas ellas flores endémicas del Cabo. "Mire que ramo más bonito... ¿Es para su señora?", me pregunta una jovencísma vendedora con la cabeza cubierta con un vistoso pañuelo de seda fucsia. "Ojalá lo fuera, pero esta vez viajo solo". El ramo que me ofrece es realmente precioso - un bouquet de proteas de diferentes clases - y por un precio, 12 rands, que en Barcelona no me alcanzaría ni para un par de rosas.

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