miércoles, 30 de julio de 2014
ENRIQUE URRETA, EL CÓNSUL APASIONADO
Entrabas a su despacho y siempre te encontrabas con lo mismo. El escritorio, las sillas y el pasillo a rebosar de revistas, folletos y demás papeles.
- Disculpa el desorden, deja que te haga un lugar...
Al rato sonaba el teléfono. Lo cogía. Sonaba otro teléfono. - ¡Dile que espere, que ahora mismo voy! -, gritaba a su secretaria, imaginando quien estaba al otro lado de la línea.
- Jaime, disculpa. Ahora mismo estoy por ti.
- No te preocupes, Enrique. Estás muy ocupado. Si lo deseas...
Nada. Él siempre encontraba un hueco para atenderte. Enrique Urreta, Cónsul General Honorario de Sudáfrica, en Barcelona, y todo un caballero.
Franco aún mandaba y los que por aquel entonces quienes viajaban a Sudáfrica o bien eran unos afortunados o eran trabajadores de Pescanova.
La mayor parte del trabajo de Enrique consistía en tramitar visados y la mayoría de estos precisamente para empleados de empresas españolas con intereses en Sudáfrica. Luego habían unas pocas agencias de viajes con programación de Sudáfrica, Ultramar Express, Unituvi... Únicamente las agencias de mayor renombre y prestigio ofrecían Sudáfrica ya que era un destino caro y poco conocido.
Mi madre solía viajar en barco. La agencia Lloyd tramitaba el pasaje y el buque, recuerdo, era de Lloyd Triestino y tripulación italiana. Había cierto papeleo burocrático a cumplimentar y de ello también Enrique Urreta se encargaba.
En el despacho de Enrique Urreta colgaba un retrato del Caudillo en blanco y negro y otro en color de B. J Vorster, presidente de Sudáfrica.Desde ahí arriba, Vorster, tenía una expresión muy severa, imponía.
Enrique Urreta, en cambio, siempre sonreía, siempre de buen humor. Enrique Urreta sabía que me gustaba leer cosas sobre Sudáfrica. Cuando le conocí yo era aún niño y lo poco que sabia del destino era gracias a las fantásticas historias que mi madre nos contaba, y por la correspondencia que recibíamos. Huisgenoot, Panorama, Sunday Times Magazine... Las cartas de tía Maureen y de los abuelos.
Enrique me reservaba cualquier publicación, revistas de caza, de rugby o criquet, y cosas como calendarios de sobremesa. - Toma, estos son para tu madre -.
Nunca le oí hablar ni bien ni mal sobre el Apartheid u otras cosas desagradables. Es más, su tono siempre era positivo. Incluso cuando estaba agobiado por el exceso de trabajo. Que sí mañana salgo para Madrid...
Tenemos no sé cuál problema con unos visados... El Embajador vuelve a estar disgustado...
Nada. Era inasequible al desaliento. Y un magnifico Relaciones Públicas. En una ocasión, mientras yo aguardaba mi turno en la salita contigua a su despacho (muy soleado gracias a un ventanal enorme que daba a la Gran Vía) le oí hablar con alguien que venía a informarse sobre el país (quizás un futuro inversor, un hombre de negocios), y él aprovechaba para glosarle las mil una maravillas acerca del destino.
Nunca supe que le había llevado a interesarse por Sudáfrica. Menos aún, cómo le nombraron Cónsul. No le pregunté.
A él le debo mucho pues gracias a personas como Enrique Urreta, apasionadas por su trabajo y por Sudáfrica, yo me enamoré de este país y de esta profesión de guía turístico.
Al cabo de años, ya cuando yo trabajaba en lo mío y vivía en Ciudad del Cabo, supe que Enrique Urreta había dejado el consulado para hacerse cargo de la dirección de una cadena francesa de aparthoteles.
No nos hemos vuelto a ver. Lástima.
Aún hoy, cuando paseo por las calles de esta ciudad, Cape Town, una ciudad que ha cambiado enormemente desde los tiempos de Enrique Urreta como Cónsul, tanto ha llegado a transformarse que estoy seguro le entusiasmaría. Eso echo el no haber podido disfrutar de su compañía más allá de los episodios en su despacho del Consulado. Me hubiera encantado aprender de sus experiencias y anécdotas sobre el terreno. Una visión, la suya, que hubiera enriquecido mis conocimientos sobre esta ciudad y país, algo siempre necesario.
¡Gracias, Enrique!
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