Fue un día para olvidar. De esos que deseas olvidar pero no puedes. El día de mi primer tour.
Richard Ogilby me entregó el micro y dijo, "Ya sabes cómo se hace, ánimo."
Me sorprendió la temperatura de aquel objeto. Estaba helado. El frío del micrófono hizo que olvidara las palabras de bienvenida que había preparado y sólo logré mascullar, "perdonen, buenos días a todos, hoy es mi primer día en este trabajo... " Los 43 pasajeros, casí la totalidad de las plazas del autocar, me observaron en silencio. No sé si escucharon bien. Al terminar mi introducción ellos observé que continuaban en silencio. Noté cierta incomodidad en el ambiente. Y entonces recordé algo muy importante que días atrás, Richard me había advertido: "Llegado el momento, el día de tu estreno, no se te ocurra decir nada que suene a que eres nuevo en esto. Al cliente siempre hay que hacerle creer que ante él tiene a todo un profesional. El cliente ha pagado por ello."
A partir de ahí, todo fue sufrimiento. Nervioso como estaba, no lograba recordar fechas, reseñas históricas y cuando si lo conseguía las confundía unas con otras. Richard, consciente de mi estado de nervios y de la responsabilidad, intentaba echarme algún que otro cable a modo de apuntador. No lo tenía fácil, él era el conductor y había que estar atento al tráfico, y en cuanto a ayudarme requería ser un maestro en el arte del disimulo. Vencer mi innata timidez es algo que nunca he logrado del todo. Mucho le debo sin embargo a esta profesión de guía, que obliga a enfrentarse a un público siempre más preparado que uno mismo (esta es una percepción que aún hoy me acompaña).
El tour, por suerte, y gracias a Richard, logramos sacarlo adelante.