martes, 27 de diciembre de 2011

Rot y Perito Moreno, dos pioneros en la Patagonia

Alberto Schimmer Rot vive entre Punta Arenas y Peulla. En Peulla, una aldea fundada por su familia, emigrantes alemanes, paro a almorzar.
Don Alberto pertenece a una famila de alemanes que a mediados del s. XIX se establecieron en Chile. Forma parte de aquel flujo de europeos alentados a colonizar la Patagonia austral por iniciativa de Vicente Peréz Rosales y el presidente Mont. Dejaron su Europa natal rumbo a los confines de la Patagonia sin saber que se iban a encontrar aunque cargados de ilusiones. Nadie o casi nadie entonces se interesaba por aquel lejano y desconocido sur. Sin embargo ellos, los Rot y otros, confiaron en un proyecto o tal vez un sueño, trabajaron duro y les salió bien. Don Alberto regenta el hotel Peulla y desde hace un par de años, también el Natura. Los edificios miran frente al rio Peulla. Almorzar o pernoctar en el Peulla es casí inevitable para quien viaja entre Petrohue y San Carlos de Bariloche o viceversa. Después de un aguacero ha salido el sol. Los notros y los rododendros que hay en el jardín del antiguo hotel están hermosos. La tierra volcánica del bosque es muy fertil. Estamos en medio de la selva Valdiviana, gran masa verde que abraza la cordillera de los Andes australes, donde cientos de especies de flora endémica como el notro, el milenario alerce, el cohihue o la lenga, gozan de protección gracias a la protección del Parque Nacional Vicente Peréz Rosales. Me siento a la mesa del comedor del nuevo establecimiento, el hotel Natura, y al poco arriba don Alberto. "Jaime, ¿cómo estás? ¿viniste con un grupo?" "Si, solo que ellos ya terminaron de comer. Probablemente estén yendo a las cataratas". Más que cataratas es un gran salto de agua que brota de los más hondo de la selva. Andando apenas lleva veinte minutos. El mozo me trae un pisco sour, coctel chileno pero también conocido en Perú. Don Alberto no toma nada. Bebo en silencio. Don Alberto tiene la vista puesta en la sala. Lo observa todo, sin que se le escape detalle. Es la hora del almuerzo y la sala está al completo. Al poco vuelve el mozo de antes. Me trae una empanada de carne. La pruebo. "¿Está rica?", inquiere Don Alberto. Si, está muy buena, le contesto tras quemarme la boca . "Una vieja receta de mi madre, y ojo; recien salida del horno".

El abuelo de Alberto Schimer Rot, Don Eduardo Rot, fue quien descubriera al viajero y al turista este hermoso paraje. Junto con otro pionero, el celebre Francisco Pascasio - "Perito" - Moreno, abrió el paso de Peulla, el camino que comunica hoy dos de los parques nacionales más importantes de Ámerica Latina; el P.N. Vicente Peréz Rosales, en Chile, y el P.N. Nahuel Huapi, en la Argentina.
El último tramo de navegación lacustre tiene lugar en el lago Todos los Santos. El sol nos acompaña y gracias a este raro fenómeno - los días soleados son la excepción en la Patagonia - el color verde turquesa de sus agua se muestra con todo el vigor. Al pasar frente a la isla Margarita el catamarán aminora la marcha y hace sonar la campana tres veces en señal de reconocimiento a la memoria del fundador de la compañía Turis-Sud, Don Eduardo Rot. En lo alto de la pequeña isla, medio escondida entre un bosquecillo de cipreses, asoma una hermosa casa blanca en estilo racionalista. Guillermo Goicoechea, guia de la empresa Turis-Sud, a quien conozco desde hace años, guarda un asombroso parecido con uno de esos personajes que pintaba El Bosco Alto y espigado. De ojos azul intenso y mirada penetrante.  Los rasgos afilados de su cara quedan algo disimulados gracias a una muy cuidada barba, que con los años se ha tornado algo más que canosa. El hidalgo de La Mancha, que es Gulliermo, señala con gesto elegantemente coreografiado: "Ahí aún vive una hija de Don Alberto. Él mismo suele venir algun que otro fín de semana".
Nuestra embarcación deja atrás la isla y  a medida que lo hace acelera paulatinamente la marcha. Yo sin embargo continuo con la mirada puesta ahí, en la casa, Villa Margarita se llama. Alguien, una mujer, asoma en la terraza que da al jardín. Lleva puesto un vestido floreado, y un pañuelo al estilo Jackie O. y gafas de sol (¿con montura de carey?) le cubren el rostro. En la mano derecha sujeta una copa, puede que de vino blanco. Y un cigarrillo en la otra. Mira hacia la embarcación. Diría que me está observando. ¿Es bella? me pregunto. La distancia que nos separa no me da para medir algo así.