lunes, 27 de diciembre de 2010

POÉTICA DEL VIAJE

Cada persona viaja por un motivo distinto, hay quien lo hace para enviar tarjetas postales y así poder contar a sus familiares (y de paso a los amigos, para darles un poquito de envidia), lo bien que lo están pasando. La mayoría de nosotros me parece, viajamos por conocer. Hay de todo, claro está, los hay que salen en busca de lugares donde experimentar emociones fuertes; piragüismo por los rápidos de los Himalayas, puenting desde lo alto de las cataratas del Zambese. Luego están los que buscan poder sufrir y cuanto más, mejor. Para ello, no dudan en irse a países en guerra. Existen agencias especializadas, es un mercado en alza.

Otros lo hacen con la ilusión de seguir como en casa y claro, no funciona. Se quejan de lo mal que se come en el extranjero. ¡Pero no pretenderemos desplazarnos 9.000 kilómetros de distancia y comer igual que en casa! A menudo no caemos en cuenta de que nos encontramos en países muy pobres. No falta quien a la menor oportunidad pregunta qué ha hecho el Barça, el Madrid o el Deportivo. Vamos, que no acaban por desengancharse y continúan mirándose el ombligo.

   Los que nos dedicamos a eso del Turismo, los guias, tenemos, en mi opinión, la responsabilidad de transmitir a nuestros clientes las, digásmole, "reglas" y "trucos" que han de ayudarmos a disfrutar mejor del viaje. El sentido común, una mentalidad abierta, actitud humilde y respeto para con todo el mundo, son algunas de las pautas de comportamiento que conviene observar siempre.
   Las universidades o escuelas donde imparte Turismo no se molestan en enseñarte estas cosas. La práctica, la experiencia en el oficio, es la mejor de las maestras.

  A ratos, mientras escribo estas líneas, observo el mapa de Sudáfrica que cuelga frente a mi escritorio, y que un día compré en un puesto de libros de lance y postales antiguas, en el Mercat de Sant Antoni. A simple vista puede pasar por un mapa turístico cualquiera, de esos que uno adquiere en las oficinas de turismo o en las tiendas de souvenirs. Sin embargo, no tiene nada de corriente. En lugar de indicar los principales lugares con atractivo de la Unión de Sudáfrica, el autor del mapa, Bernard Sargent, los adorna con bellísimas ilustraciones: aves de fantasía, flora endémica, los grandes felinos de la savana… Bernard Sargent fue un reputado pintor especializado en fauna africana. Su obra, muy popular en la década de los 50 y 60, cuelga en varios museos, galerias y colecciones particulares. Me fijo en el minúsculo reino de Lesotho. En tiempos de Sargent, se le conocía bajo el nombre de Basuto Land, “la tierra de los sotho”, y así es como aparece en el mapa. Entre las palabras “Basuto” y “Land”, Sargent ha dibujado a un hombre sonriente, envuelto en una gruesa manta de vistosos colores y tocado con un amplio sombrero de paja. Probablemente un jefe de la tribu de los sotho. En la costa oriental del Cabo, a medio camino entre East London y Durban, una ilustración muestra con sumo detalle, la silueta de un pescador que con la caña tensada, intenta izar un gran pez. El hombre está encaramado en lo alto de unas rocas, a escasos metros del lugar donde las olas rompen con fuerza. Con dieciséis años recién cumplidos, mi primo Marc, que era mayor que yo, me llevó a pescar a un lugar cercano a este del mapa. Fue mi primera experiencia como pescador. Yo era un chico con gran imaginación y al poco de estar ahí, desafiando heroico, las olas del grandioso Índico, me imaginé estar viviendo un momento épico en una novela de Hemingway. No recuerdo que pescáramos gran cosa nada (eso era lo de menos) pero si que entre él, dos amigos más y yo, nos ventilásemos una caja de cervezas Black Label.

  “Provincia del Cabo – Tierra de Flores, Viñedos y Residencias Históricas, de Grandes Bosques y Costas Salvajes, el País de los Xhosa, color del Ocre”, reza una leyenda que aparece en el extremo inferior del documento. Pienso en esta expresión, “los Xhosa, color de ocre… “. Hoy sería poco aceptable decir algo así. Me sumerjo en el mapa. De repente me encuentro paseando a bordo de un gran coche descapotable - probablemente un Cadillac, color rojo Burdeos – por una carretera de tierra que conduce al país de los Ndebele, “la pintoresca tribu de los Ndebele”, según leo en el cartelito dibujado junto a un niño medio desnudo (como toda prenda, unos cinturones anchos, de tiras de cuentas de colores) y que ayuda a su madre (que no sale en el dibujo pero que si “está”), a preparar la comida (el niño sujeta una gran cuchara que introduce en una olla de considerable tamaño). En otro cartelito, justo debajo del río Orange, por encima de un Springbok - antílope semejante a la gacela - que brinca alegremente en la Reserva Estatal de Somerville, aparece Gold Reef. “La recientemente descubierta Gold Reef”, es un detalle que me intriga. Bernard Sargent realizó este encargo entre los años 50 y 63. Lo de 63 es una suposición. Para entonces el país dejó de ser una unión de antiguas colonias y pasó a constituirse en república. El descubrimiento de oro en la región del Reef fue a principios del siglo XIX y este mapa es muy posterior. En el mapa hay indicios que me pueden ayudar, como el de un vehículo descapotable, si, de ahí viene lo que dije antes; el Cadillac color Burdeos, o el recatado modelo de bañador (rosa) que luce una hermosa mujer que observa el mar, sentada en la blanca arena de la playa de Durban, o el peinado del querubín, un niño muy rubio, que ayudado por otro querubín, este de facciones negras, con peinado encrespado y tocado con una falda de plumas, despliega un gran cartel en forma de pergamino, con el nombre del mapa: “Union of South Africa”. A bordo de mi Cadillac color burdeos, años 50, me adentro en territorio de Bechuanaland, “país de grandes llanuras de estepa salvaje, donde las fieras y otros animales reinan en libertad, en compañía de los primitivos nativos del lugar”. Y en el extremo izquierdo del documento hay este otro, “Estado Libre de Orange, tierra de vastas praderas, donde las ovejas, las vacas y los ondulantes campos de cereales, lucen lozanos bajo el cálido sol”.

    ¿Por qué se viaja? Antes he dicho que en mi opinión, se viaja por conocer pero en realidad no tengo ni idea. Alguien, una vez dijo que viajaba porque ansiaba encontrar la anchura necesaria, dilataciones donde la vida tuviera que transformarse por completo para poder subsistir, donde poder olvidar mucho -cuanto más mejor- de lo que uno supo o fue. Viajar es sin lugar a dudas, un ejercicio higiénico que contribuye a que uno se conozca mejor pero también -muy importante- para conocer a los demás. Mis maestros en el arte del viajar, me han enseñado que lo que cuenta, lo importante, es una actitud correcta: procura viajar libre, sereno, para así poder ver bien a la persona que te recibe, comprende a los demás, mira al horizonte y, sobre todo, viaja sin la dictadura del reloj o del calendario y riéndote de tus percances. Un retraso en un vuelo (o una cancelación), una huelga de empleados de hostelería en la ciudad de Nueva York o un problema de over-booking en el hotel de mis sueños, no debe ser motivo para amargarme el viaje. Si me dejo vencer por un contratiempo, el cabreo que me genera un retraso, por ejemplo, mi viaje se ha arruinado. También, las falsas expectativas. La industria del turismo juega con el mito del paraíso perdido que todos andamos como locos buscando pero que nunca aparece.

Se de gente que lo único que les interesa de viajar, es el poder coleccionar el mayor número de países visitados. Revolotean de un lado a otro, como las mariposas Monarch, solo que estos no van a ninguna parte, no se enteran de nada.

  -¿Has conocido todo el mundo?

  -No -contesto-, aún me queda mucho por ver (y en el alma regiones por explorar).

  Cada persona viaja por un motivo distinto, es verdad, y también con un vehículo distinto, la mente, por ejemplo. Es hora de regresar al viaje que me tiene entretenido. Con la ayuda de Google (muy vulgar, lo sé) y un par de mails a un amigo en Johannesburgo, averiguo que Bernard Sargent estuvo en efecto, trabajando como ilustrador para la South African Tourist Corporation, entre los años 50 y 60. Fueron los años del despegue, del primer boom turístico. Los tour operators , los mayoristas de viajes de la época, eran pocos y la mayoría británicos o americanos; Thomas Coock, Abercrombie & Kent, eran dos de los que dominaban el mercado. Volar en avión es hoy la cosa más aburrida del mundo. Hay apretones, sobreventa de reservas de vuelo, lo que motiva el overbooking, y, por si fuera poco, los aeropuertos y las infraestructuras de muchos países no están preparados para absorber tanto viajero.

  La mirada cándida de Bernard Sargent, con la imagen del turista inocente, despreocupado y hedonista: Una pareja, ambos altos, rubios y apuestos, descansan el en porche de una villa de estilo holandés de Cabo. Mientras, saborean una copa de vino, probablemente un delicioso riesling de Stellenbosch, y admiran lo hermoso que es el paisaje de Constantia. A pocos centímetros (de esta escena en el mapa) existe un pintoresco poblado de bosquimanos. Es un lugar demasiado remoto en la conciencia del buen turista, debió pensar Sargent, como para dedicarle poco más que unos apresurados trazos, los suficientes para que lo que se quiere mostrar sea reconocible.

  El mapa de Sargent es el vehículo que me permite viajar - ahora me doy cuenta - una y otra vez en el tiempo y en la conciencia de un mundo que no he conocido más que por boca de las fabulosas historias que mi madre me contaba. Es un viaje realmente delicioso.

martes, 26 de enero de 2010

Los Mundiales de Fútbol 2010


Todo el mundo tiene algo que decir acerca de los Mundiales de Fútbol. “ya me dirás que vamos a hacer con todos estos gigantescos estadios una vez concluidos los Mundiales… “. “Será una ciudad, que digo una ciudad, un país, sembrado de white elephants (en referencia a las moles de hormigón vacias) y poco más… “. Afortunadamente los pesimistas son minoría. Digo lo de pesimista porque aunque parezca que no pueda ser, hay gente que esto de los Mundiales, no lo ve bien. Pero bueno, vamos a dejar a los cenizos para otra ocasión. Para empezar, está ciudad, con todo esto de la publicidad y el marketing, parece una feria de muestras. Las empresas, restaurantes, bares, negocios de toda clase, aprovechan para darse a conocer. En cada fachada, esquina, cuelga una banderola anunciando algo. “Cape Town, one huge show-case”, reza la publicidad de una conocida cadena hotelera.
El día del sorteo de los partidos, aproveché para acercarme a las oficinas del comité organizador, muy próximas al café de Long Street, donde recién había almorzado. Un policia me informó que además de él, otros 4500 agentes patrullaban la zona CBD (city businees district, o el downtown). Como para no sentirse seguros. No hay día que no haya algo nuevo que no me sorprenda; calles con nuevo y mejor pavimento, aceras más anchas y adaptadas a personas discapacitadas (si, les puede sonar a poca cosa, pero no; ya era hora), ¡semáforos con señalización acústica! Una asignatura pendiente por parte de este y todos los gobiernos anteriores, es el transporte público. A mediados de los 70, que es cuando llegué yo a Sudáfrica, los trenes y autobuses metropolitanos eran viejos y siempre iban abarrotados. Los ferrocarriles andaban a vapor, cosa que me maravillaba. No por ser blanco llegabas antes: para recorrer 45 km te tirabas más de dos horas. Te daba tiempo a comer, charlar, ver la película (eso era lo que sucedía ahí fuera) y hasta para una siesta. Con la llegada de Nelson Mandela y la democracia, el transporte público fue a peor. La situación empeoró con Thabo Mbeki. Cape Town Central Station se fue degradando. Los espacios públicos; salas de espera, baños, andenes, pasaron a ser dominio de los hobos, los sin-techo, gente de mala vida y vendedores de artículos de procedencia dudosa. Los robos eran frecuentes y no era raro oír hablar de alguna que otra violación. Los Mundiales han cambiado todo eso. El Northern Express, que apenas lleva dos años en servicio, es un lujo. Todavía no llega a todos los confines de la zona metropolitana, pero los responsables están en ello. Es razonablemente puntual, los vagones limpios, asientos muy confortables y el servicio es rápido. La estación se ha transformado completamente. Ahora s diáfana, con grandes puertas de cristal que se abren mediante célula foto-eléctrica, maquinas expendedoras de billetes, personal eficiente y amable, estupendas tiendas y restaurantes. Da gusto verla y aún más, viajar en tren.
Quedan poco más de 140 días para que den inicio los Mundiales y la ciudad es un hervidero de gente. No sólo turistas se pasean a toda hora por mercados, plazas (ni menciono el Alfred & Waterfront; eso es como las Ramblas, en Barcelona) y calles. Los capetonianos casi habían olvidado el sano hábito de darse un garbeo. Ahora los ves que aprovechan el escaso rato de almuerzo para acercarse a los Company Gardens - esplendidos jardines botánicos – y sentados bajo un imponente magnolio o jacaranda, dan cuenta de una suculenta ensalada de mango y rúcula o un buen plato de arroz cape-malay (un día de estos les hablaré de la comida de aquí, que es muy rica).

Al poco de conocer la noticia de que Sudáfrica iba a ser la anfitriona de estos Mundiales, los habían que recelaban, “Será un desastre… ¿a quien le interesa el fútbol?, tenemos cosas más apremiantes que resolver… ¿y el dinero, de donde va a salir el dinero?”, y cosas por el estilo. Ahora ya no. Son clara mayoría los que se muestran entusiasmados con el acontecimiento. Sobretodo los más jóvenes. Ven oportunidades de trabajo que antes eran inimaginables. Las esperanzas están depositadas en el turismo. Esta industria, ya muy importante en Sudáfrica, generará, dicen, una oleada de empleos. Esto es algo muy a tener en cuenta en un país con una tasa de desempleo que como mínimo, ronda el 40% de la población activa.

¿Y qué dicen los cenizos, de todo esto de los Mundiales? Veamos, porque algo de razón si tienen…
Dale T. Mckinley, periodista del Cape Times, sostiene que el gobierno actual, no sólo hace oídos sordos al problema del paro, sino que además, ataca a los críticos con la actual administración, acusándoles de difamar al gobierno del ANC (Congreso Nacional Africano), al utilizar propaganda racista. El avestruz esconde la cabeza bajo el ala. Al paro al que sumarle el desbocado índice de inseguridad ciudadana. Ya dije antes, que la situación, mejora. Los pesimistas opinan todo lo contrario. ¿Y qué hay de la vivienda, o la sanidad? Miles de sin-techo pululan por las ciudades marginales, las informal setlements. Los hay que se han echado, literalmente, al monte. Los inviernos pueden se muy crudos en el Cabo y los pobres de los más pobres, no tienen más remedio que talar árboles y maleza y de esta manera proveerse de leña para un fuego que les calentará. Debido a esta situación, los bosques cercanos a Table Mountain y el Parque Natural de Cape Point, han padecido incendios devastadores, amenazando la existencia de especies únicas de flora endémica.
El nivel de la enseñanza pública, antaño, la envidia de Occidente, dicen, se ha resentido y mucho. Las escuelas y universidades de la nueva Sudáfrica son multirraciales y multiculturales y eso es muy bueno, pero – atacan los críticos (y puede que algún que otro nostálgico) – en detrimento de la calidad de la enseñanza. Las aulas están al límite de su capacidad y los profesores mal pagados. El Ministerio de Educación se desentiende. Los ricos – la economía marcha tan bien, que les da para presumir de tener el ratio per cápita (un cierto segmento de la sociedad, se entiende), de multimillonarios más alto del mundo - si reciben una muy buena educación porque pueden costeársela en centros privados muy exclusivos. Servicios básicos como el suministro de agua y electricidad, se han disparado. ESKOM, la principal compañía de distribución de la electricidad, cobra tarifas abusivas a los más necesitados, mientras que a la gran patronal le concede generosos descuentos.
La brecha entre ricos y pobres se agranda.
La corrupción, en todos los estamentos, es otra de las lacras. Nadie es inmune; el Gobierno, la Industria, la Cultura, incluso la FIFA. Estos días oyes hablar mucho de la “FIFA Mafia”. Temen que la mayor parte de los enormes beneficios que generen los Mundiales, puedan acabar en cuentas suizas u otros paraísos fiscales. Y es que Sudáfrica – el Gobierno, instituciones financieras y capital privado - ha invertido cientos de billones de rands en el updating de infrastructuras básicas. Se ha modernizado y ampliado la red de carreteras, el transporte público, construido magníficos aeropuertos internacionales, ampliado los puertos de amarre de grandes yates y cruceros, hay nuevos hospitales, zonas residenciales, polígonos industriales, mejorado el servicio de telecomunicaciones. Y todo esto sin mencionar el número de nuevos estadios deportivos y otras instalaciones propias para el Mundial.
Yo prefiero pensar en positivo. A mi alrededor veo mucha gente ilusionada, mucha esperanza y optimismo. Nadie puede cuestionar que estos Mundiales, Sudáfrica los aprobará con nota. Puede que no se luzcan en el campo, los más entusiastas del fútbol tan sólo aspiran a que Bafana Bafana gane uno o dos partidos… Sudáfrica organizó, con tan solo tres semanas de tiempo, unos magníficos Mundiales de Críquet y anteriormente, unos ya legendarios, Mundiales de Rugby. Por cierto, “Invictus” la peli de Eastwood, no ha defraudado pero tampoco ha entusiasmado.